
En la portada del Listín Diario, fechado este lunes, pude ver en la portada una fotografía respecto cómo viven los moradores de el barrio El Dique, de Santo Domingo Este y como enfrentan diariamente al coronavirus. Confieso que al ver las imágenes me sentí decepcionado, pero no dolido, ni mucho menos sorprendido, ya que es una situación que hasta cierto punto podía esperar y comprender, dado el contexto socio cultural de la mayoría de los dominicanos.
Horas antes, había visto un vídeo donde se muestran tumultos de personas en una amplia calle de dicho barrio, con una hora que marcaba minutos antes de empezar el toque de queda, en situaciones anteriores se habían librado filmes respecto a peleas callejeras y gente violentando el así llamado “distanciamiento social” y la cuarentena, mientras aparecen personalidades del mundo de la farándula y políticos exhortando a la gente a quedarse en sus casas, siendo totalmente ignorados por gran mayoría de las personas, para quienes la pandemia no es más que una farsa, una forma de manipulación por parte de la clase política para atrapar incautos, y otros más audaces, aseguran que este virus, ni ningún otro, existe en realidad, llegando incluso a compartir teorías conspirativas que en su mayoría no tienen ni pies ni cabeza.
¿Qué está sucediendo, que las personas no confían las autoridades y prefieren hacer caso omiso de ellas?
La respuesta en si tiene variedad de perspectivas y muchas e indeterminadas áreas y razones, pero en síntesis, y tal como se ha expuesto muchas veces, la explicación más lógica se encuentra en la forma en que se ha manejado este asunto por parte de los “expertos” y los políticos, quienes desde el principio se dedicaron a afirmar, con absoluto desparpajo, que el coronavirus nunca llegaría a nuestro país, luego de que se reportaron los primeros casos, de empezar a imponer medidas irracionales y poco realistas sobre nuestra idiosincracia absolutamente ajenas a nuestra situación vigente en los ámbitos económico y cultural. Lo cierto es que hubo mucha irresponsabilidad – y sigue habiéndola – con respecto a este tema, a pesar de los esfuerzos que se han hecho para concientizar a la población, muchos de esos esfuerzos han sido infructuosos, tanto por la politización de la pandemia, como también por la misma ineptitud de las autoridades de enfrentar debidamente a la misma.
El resultado de lo descrito anteriormente no se ha hecho esperar: los ciudadanos, principalmente los de los estratos más bajos, aquellos donde abunda la astucia mal usada (o tigueraje) comenzaron a esparcir la especie de que el COVID-19 no existe y a violentar de manera tan descarada como nuestros políticos, todas las medidas de sanidad existentes para evitar contagios masivos; pero también sucede que la plaga llegó en un momento donde el descrédito hacia las instituciones ha crecido, donde se ha incrementado el odio en la actividad política – y hacia los dirigentes en general – , en la que ambas posturas confluyen con resultados desastrosos para todos.
No hubo planes de contingencia ni mucho menos se desarrollaron protocolos para combatir de forma efectiva al coronavirus, debido a la opacidad y falta de rectitud común entre nuestros representantes políticos y las instituciones manejadas por ellos, junto a la ya de por si existente desconfianza habida hacia ellos, es que la gran mayoría de los dominicanos no ha tomado este asunto con seriedad, mientras que la desesperación por volver a la normalidad se apodera del país sin existir una respuesta satisfactoria por parte del gobierno.
A juicio de quien escribe estas líneas, la situación solo empeorará en la medida que aumente este círculo vicioso y no se tomen medidas inteligentes y ajustadas a la realidad. Si esto no se hace, estaremos perdidos, irremisiblemente perdidos, tanto como individuos, como también en sociedad.
Dejar una contestacion